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Cuando los patricios que redactaron nuestra primera Constitución, se encontraron frente al problema de la forma política de la Venezuela independiente, no sabían que ese dilema nos perseguiría todavía hoy, doscientos años después.

Habiendo desechado la opción monárquica, se inclinaron por diseñar una República, inspirados por la experiencia norteamericana, cuya joven Constitución había consagrado la federación de las antiguas trece colonias, ahora convertidas en Estados, los cuales conservaban para sí una serie de prerrogativas legislativas, fiscales y políticas. Exitosa y funcional, la federación americana sedujo la imaginación de los constituyentes, así que la Constitución de 1811, confederó a las antiguas provincias de la Capitanía General, cada una con amplios poderes, y dotó a los “Estados de Venezuela” de un gobierno federal extremadamente débil. Como ocurre siempre, la realidad terminó imponiéndose y apenas siete meses después, la Primera República es arrasada por el ejército de Domingo Monteverde. Bolívar afirmará rotundamente que la Federación había sido el error que condujo al desastre.

No obstante, el fantasma de la Federación ha gravitado en nuestra existencia política convertido en uno de los grandes mitos fundacionales que más estimuló al caudillismo y qué causó conflictos armados, desde las “guerras locales” hasta la “Gran Guerra Federal”: un enfrentamiento de cinco años entre facciones locales, reunidas en torno a caudillos de más o menos renombre, que condujo al desangramiento y ruina de un país que no terminaba de salir de los primitivos abismos de la pobreza, la brutalidad y el crimen.

Entonces, el mito parió más mitos, así que con el pomposo nombre oficial de “Estados Unidos de Venezuela” se elevaron como “héroes” al altar de la adoración inmerecida, los nombres de Juan Crisóstomo Falcón y del muerto necesario, Ezequiel Zamora. La Constitución de 1864 dividió al país en veinte estados (que a lo largo de la historia aumentarían o se reducirían) y puso en el más alto rango político el embuste de una Federación de papel, en la que Caracas lo decidía todo, los Presidentes de Estado (luego gobernadores) eran nombrados por el Presidente de la República y el Congreso Nacional legislaba sobre todo y para todos. La Administraciones Estadales se convirtieron, desde entonces, en parapetos para la recompensa política y la consecuente corruptela.

La Constitución perezjimenista de 1953 fulminó a nuestros criollos “Estados Unidos” y los sustituyó por la República de Venezuela, aunque mantuvo el cuento de la Federación. Otro tanto hizo la Constitución del 61. No fue sino hasta la década de los 80’s cuando se dio un paso en concreto por acabar con aquella situación onerosa y dañina: se creó la figura del Alcalde y su elección por voto secreto, universal y directo al igual que los Gobernadores de Estado y Diputados de las Asambleas Legislativas. Estos cambios políticos se acompañaron de una importante descentralización y transferencia de competencias; impulsando el proceso de regionalización y dando al ciudadano común una nueva dimensión de participación en los asuntos locales. Los resultados fueron en general positivos, pero a pesar de las novedades, no se profundizó en los cambios y los intereses partidistas volvieron a imponerse, dejando así en tímidas reformas, lo que parecía ser un prometedor proceso de renovación política y democrática. ¿Qué hubiera sido de Venezuela si aquellos exitosos Gobernadores de Estado se hubieran convertido en el semillero para la Presidencia de la República? El ejercicio del poder de abajo a arriba, habría dado un giro dramático a la configuración de fuerzas y al modo de hacer política…algo que no convenía a los cogollos jurásicos de los partidos tradicionales.

Hoy la Federación es un mero concepto opaco en una Constitución cada vez más vacía de significación y vigencia. Los avances obtenidos en materia de descentralización fueron pulverizados, en la misma medida en la que el fenómeno del caudillismo local ha vuelto a hacerse presente; las Alcaldías y Gobernaciones son cascarones vacíos con la sola función de servir como cajas de resonancia del autoritarismo tiránico chavista y allí donde no gobierna un títere, entonces se imponen “Protectores”, tan inconstitucionales como ultrajantes para la voluntad de los ciudadanos. Los recursos económicos se manejan como herramienta de extorsión o como pago de favores, mientras que escuelas y hospitales dependientes de gobiernos estadales vegetan en la miseria. Hemos retrocedido a los tiempos de Falcón y así como la brutalidad campea por sus fueros, no hay institución que se haya salvado del proceso de disolución de la República impuesto por la “Revolución”.

A pesar de todo, liberada la Nación, nos la veremos de nuevo con el problema esencial de la Federación en Venezuela. Como hemos visto, ella puede ser un pretexto, una mentira, un mito o una oportunidad para dejar atrás los complejos y sinrazones que desataron nuestro apocalipsis. ¿Qué hacer entonces? ¿Tendremos la valentía de aplicarla realmente? Ahora que conocemos los efectos catastróficos del monopolio del Poder, una gran responsabilidad pesa sobre todos nosotros y esa responsabilidad que es indeclinable pasa por tomarse en serio a la Federación, la gran subestimada de nuestros avatares civiles.


Autor: Jonhder Vargas César

Abogado Especialista en Derecho Constitucional.

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Por Edgar Varela

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